Cuando la muerte de las personas que quieres se presenta de
forma sorpresiva dicen, es la peor forma, mi padre murió de esta manera, en un
accidente automovilístico, pero yo era muy pequeño como para sentirlo o
siquiera recordarlo, después, ya más grande, llegue a saber de gente a mi
alrededor que se murió también así, en algunos casos después de enterarme mi
primer reacción fue de sorpresa, de incredulidad, luego ya que me cae el veinte
y viene la duda, la pregunta ¿Cómo fue? o ¿Qué paso? Seguido por esa impotencia
y el no saber qué decir, como reaccionar ante lo que no tenía que haber pasado
pero paso.
En lo personal no
creo que haya mejores o peores formas de morir, para los que nos quedamos no
hay una buena forma en que mueran nuestros seres queridos, a nosotros no nos
duele la muerte, nos duele la ausencia, nos duele no poder hablar con ellos,
sentirlos, saberlos.
Ayer 2 de Febrero del 2015. Fue uno de esos días que no quieres tener en tu vida,
esos días en que te enteras que alguien a quien quieres (así, en presente, porque
nunca dejaras de quererlos) murió, y eso que dicen cuando la muerte se llega después
de una enfermedad larga, o una “esperada” no es válido, no hace más llevadero
pensar que ya no estará más esa persona por que sigues deseando oírla,
hablarle, tocarla y que nos toque.
El día de ayer murió una señora a quien siempre llame así,
señora, a pesar de que existía la confianza suficiente como para llamarla por
su nombre, a pesar de que recibía sus consejos, sus regaños, sus felicitaciones
como los da una madre, siempre fue La Señora aunque a veces por referencia a
quien no sabía de quien se hablaba iría su nombre también, La Señora Carmen.
Y no es que ella hubiera sido la madre de mi amigo al que
considero un hermano, no es solo eso por lo que duele tanto, son todos los
ratos en que nos sentamos en torno a su mesa, con los demás hermanos “postizos”
o con los amigos, a comer, a jugar o como cuando acertaba a llegar después de
la hora de la comida solo para ser parte de las mejores sobre mesas que se podían
tener. Y es que era un deleite conversar con ella, siempre pendiente de la
forma en que se hablaba y lista para corregir si se cometía algún improperio
con la lengua.
Siempre sabia ser como debía ser y en el momento en que se debía,
Tenia esa extraña, casi ya extinta forma de decir las cosas en que un regaño parecía
regaño solo si lo quería ella así y podía hacer parecer un consejo en una orden
cuando era necesario.
Tengo tanto que agradecerle y aunque siempre lo hice, siento
que le quede a deber las gracias, sobre todo por lo que se daba por sentado y
nunca se lo exprese.
Gracias Señora Carmen, por todo lo que aportó a nuestras
vidas, la de mi esposa que recurrentemente soñaba con ella, hablándole, aconsejándola
y por derecho de antigüedad, a mi vida que definitivamente ayudo también a
moldear (y no, no le estoy echando la culpa de nada).